Enfermos de decibelios
El profesor Jerónimo Vida trabaja para convertir las ciudades en lugares más habitables. El investigador considera que hay que tomarse en serio el ruido como factor de contaminación ambiental. EMILIO FUENTES.
El ruido podría ser un arma muy fuerte. Como una bomba o un dispositivo de guerra química. Tanto es así que en algunos países suramericanos se organizan congresos sobre violencia sonora. Jerónimo Vida, profesor de la Universidad de Granada (UGR) y miembro de la Unidad de Acústica Física y Ambiental (UAFA), entre otras muchas cosas, trabaja desde hace tiempo para lograr que las ciudades se conviertan en espacios donde la vida no sea una pesadilla. El exceso de decibelios es uno de los factores que más contribuyen a transformar las calles en un infierno.
No es el único, pero sí el que menos se ha tenido en cuenta hasta hace bien poco, porque, al contrario que las zonas verdes, la basura o el urbanismo descontrolado, es más complicado apreciar su lenta, pero constante y destructiva mecánica. “Conozco gente que sufre serios problemas como consecuencia de este factor”, lamenta el responsable de la Agenda 21 local de Granada, quien aclara, además, que la molestia que provocan está directamente relacionada con su composición espectral. “El sonido tiene colores”, aclara Vida, quien pone el clásico ejemplo de la luz al pasar por el prisma: “Funcionaría de la misma forma. Dependiendo de ello el efecto sobre la persona es uno u otro”. Paradójicamente, señala que suelen hacer más daño los ruidos de nivel bajo: “Las emisiones de los camiones son así, se asocian a este espectro menos potente, pero la exposición continuada es más molesta”. Su labor es objeto de bastante interés por parte de los medios de comunicación.
Jerónimo es el padre del mapa de ruidos de la capital, un documento pionero que pone nombre a los chirriantes y estridentes puntos negros urbanos. No son muchos los municipios de gran población que en estos momentos cuentan con un trabajo tan completo como éste.“Una ciudad que gestiona bien sus ruidos, evoluciona de manera sostenible”, explica Vida, que realiza el siguiente diagnóstico del gigante de hormigón: “Es un enfermo grave, pero que aún no ha llegado a su fase terminal. Con paciencia, esfuerzo y la medicina adecuada, es posible curarlo”. Advierte, sin embargo, que el remedio a la patología requiere de la implicación de varias áreas de gobierno, pues deja claro que la complejidad del asunto terminaría convirtiendo en error el intento de abordarlo únicamente desde la perspectiva medioambiental.
El cansino azote de esta forma de polución tiene un claro efecto social en los ciudadanos. Jerónimo no duda en asegurar que la “gente está muy cabreada, quemada con el tema. Es necesario tomarlo en serio, porque empeora mucho las condiciones de los habitantes”. Otro mundo es posible. Este experto universitario lucha cada día por hacer compatible la calidad de vida de las personas con el desarrollo sostenible. Lo hace desde las aulas, con su acción en el campo de la investigación, con publicaciones, conferencias...
¿Y qué quiere decir desarrollo sostenible? “Significa avanzar en lo ambiental, en lo social y en lo económico sin comprometer el futuro de nuestros hijos”, puntualiza, antes de añadir algo más: “Alcanzar el máximo bienestar sin hipotecar los recursos de las próximas generaciones”. Pero, ¿cómo lograrlo? “Es la clave del asunto”. ¿Qué hacer para que los que se esfuerzan por construir pueblos y enclaves sostenibles no se desanimen ante la grandeza y complejidad de la tarea? Jerónimo trata de dar respuesta a estas cuestiones con la filosofía del vaso medio lleno. Es difícil desanimarle: “Tengo que defender esto. Realmente creo en ello”. Cuenta que es optimista porque ve que hay voluntad de cambio en la civilización y en las instituciones más cercanas, los ayuntamientos.
“La humanidad ha demostrado que es capaz de sentarse a hablar de sostenibilidad. Ahora es necesario constatar que las cumbres internacionales y los encuentros auspiciados por la ONU han servido para algo”, explica Vida, quien viene insistiendo en que la administración “es la primera que debe dar ejemplo”, algo que cree que comienza a ocurrir ya. Piensa que las condiciones actuales abren una puerta a la esperanza, pues el mensaje empieza a calar en los responsables de los gobiernos municipales: “Más del 50% de los núcleos urbanos de la provincia están involucrados en la Agenda 21”. Este documento es la hoja de ruta para conseguir una mutación en el modelo de evolución aplicado hasta la fecha. Sus alumnos de la titulación de Ciencias Ambientales están asesorando a los consistorios de varias localidades del cinturón metropolitano en esta tarea. Él coordina y dirige los equipos de estudiantes que aconsejan a concejales y alcaldes sobre reciclaje, ruidos, lucha contra malos humos, calidad del aire, transportes, etc. “El reto es grande y complejo. A veces es inevitable atravesar por momentos de pesimismo, pero te animas al encontrar tantos ciudadanos y dirigentes con buena intención”, dice el profesor de la facultad de Ciencias, enemigo de las emociones que suelen envolver a muchos de los que se ocupan de las cuestiones que rodean al medio natural: “Todo lo que se diga o lo que se haga debe estar fundamentado en criterios científicos. Debemos huir de la pasión sin sentido”.
“Hoy en día disponemos de las herramientas tecnológicas capaces de dar respaldo a cualquier afirmación, a iniciativas que se creen que pueden introducir mejoras ambientales. Manejamos programas informáticos con los que modelizar situaciones, ver las consecuencias de una medida con la que pretendemos mejorar el nivel de ruido de un área urbana, por ejemplo”, señala. Jerónimo no siente líder de ninguna cruzada. No predica en el desierto. Las nuevas ideas comienzan en la mente de los más jóvenes y son ellos de los que más argumentos le dan para creer que en el cambio. Otro mundo es posible.
La Opinión de Granada
http://www.laopiniondegranada.es/